Isidoro Brocos ha sido un viajero incansable que recogía influencias de los distintos países que visitaba. Uno de estos lugares ha sido Roma; allí descubre el mundo clásico de primera mano, el cual plasma bajo su punto de vista en varias de sus obras.
En el anverso de este boceto dibuja a una dama clásica a la que acompaña un niño. Viste a ambos con sendas túnicas en las que destacan sus pliegues, característicos en la escultura de Isidoro. La mujer alza sus manos mientras es sujetada por el niño, situado a su izquierda, el cual mira un punto indeterminado en la lejanía. Una vez más, las caras y las manos imprimen expresividad a la obra, que sugiere además dinamismo por la acción a ejecutar por las manos de la dama.
En el reverso, a la izquierda, dos hombres se miran. Ambos son retratados semidesnudos, cubiertos solamente en sus hombros con pieles de fieros animales que conservan sus cabezas. El hombre de la derecha toca un instrumento musical, mientras que, el que lo acompaña lo observa con una mirada desafiante. Los trazos son fuertes y rápidos, jugando Brocos con las luces y sombras para modelar sus cuerpos. En la derecha, con trazos muy tenues, Brocos dibuja un personaje clásico masculino, el cual aparece cubierto por una túnica en actitud pensante.