Esta esta obra realizada por el artista con apenas 21 años pertenece a su producción más temprana y ejemplifica de modo significativo el culto que Díaz Pardo rinde a la belleza y a la sensibilidad femeninas, una de las constantes éticas y estéticas de buena parte de su evolución futura como creador y dinamizador socio-cultural. La plasmación de la mujer será uno de sus temas preferidos,protagonista de excepción de muchas de sus pinturas, esculturas y cerámicas, independientemente de la iconografía que elija -naturalista, simbólica o mitológica- para la expresión de tiernas maternidades, parcas misteriosas, exuberantes desnudos inspirados en Tiziano, Tintoretto o Rubens o labradoras gallegas en plena faena agrícola; muestra, esta última, inequívoca de una creciente preocupación social que habrá de llevarle, en su madurez, a proponer una gran variedad de proyectos socio-culturales para Galicia.
Los ecos historicistas de estas tres Gracias, en cuanto a iconografía, composición, dibujo y concepto volumétrico, sumados a la rotundidad de las formas, al clasicismo academicista de las actitudes y a la modernidad primitivista que dibuja unos rostros inexpresivos, audazmente presentados en escorzo y al parecer anclados en un tiempo eterno, ya evidencian uno de los motivos conductores que caracterizarán el creativo eclecticismo de las diversas etapas estilísticas por las que pasa la obra de Díaz Pardo. Un eclecticismo fruto de la tensión entre la tradición academicista, la elección del clasicismo aprendida en grandes maestros del pasado y la innovación que supone la relectura de un primitivismo de raigambre galaica.
En este primer momento de su producción, el joven artista asiste a un aprendizaje académico en las aulas de San Fernando, sin duda enriquecido con la visita a los museos madrileños, donde habría de familiarizarse con la gran pintura de Tiziano, Tintoretto y Rubens. Quizá el título de la obra pueda parecer evocador de uno de los cuadros más paradigmáticos del gran maestro flamenco del Seiscientos, pero lejos de proponer una escena de dinámico y desmaterializado barroquismo, Díaz Pardo prefiere para sus figuras una quietud clasicista expuesta a través del equilibrio compositivo y presentada en un ambiente geometrizado de resabios poscubistas.
Empleando una pincelada apretada y una paleta muy sobria y de cálidas tonalidades, el artista está bien atento a representar a las protagonistas con los nítidos perfiles de un dibujo riguroso, capaz de domeñar y delimitar con precisión los campos de color. El efecto de estas búsquedas expresivas, aglutinando la tradición académica, el respeto a los grandes maestros y el empleo de algunos recursos más innovadores -la sabia plasmación del espacio con apenas unas líneas-, logran unas formas monumentalizadas por efecto de su canon y de su propia exuberancia formal. Diríase que el eterno femenino y la cultura mediterránea -evocada a través de las piezas de cerámica de raigambre grecorromana y con las poses de las protagonistas- encuentra eco en un lienzo de juventud en el que las preocupaciones academicistas de tipo formal se subliman para alcanzar una suerte de escena atemporal y de innegables valores decorativos.
Francisco Singul