Destaca en este cuadro el contraste entre la temática, un bautizo, y la expresión de las caras de las personas que en él aparecen, que evocan tristeza. Unas con los ojos cerrados, evitando mirar hacia delante, y el niño con el hombre del primer plano, con la mirada clavada en el espectador, que llega incluso a intimidarlo. Esta mirada es característica de la pintura de Díaz Pardo, con unos ojos abiertos como platos, muy negros y tremendamente expresivos. X. Seoane explica la representación de estas miradas como una preocupación por potenciar la expresión, "como los de quien acaba de descubrir el mundo, y se asombra ante él, o como los de aquellos marcados por la injusticia, dureza y dramatismo de la existencia". La disposición de las figuras del primer plano, seguidas por una multitud informe, sus rostros expresivos, las formas redondeadas y la paleta, remiten a la pintura de Laxeiro, pero, sobre todo al expresionismo de las pinturas negras de Goya, que conoció durante su estancia en Madrid. La luminosidad y el cromatismo contribuyen a crear una tensión en la obra. La luminosidad de que dota al centro de la composición y que es captada por los rostros y los blancos de las camisas, contrasta con la oscuridad del fondo, captando la atención del espectador sobre los personajes principales.