El artista adapta los géneros tradicionales a su peculiar manera de comprender el arte, en este ejemplo se trata de un paisaje revisitado. Innova en la utilización del color, y en la importancia que adquiere la textura de los materiales, con los que crea una composición a base de campos de color en la que predomina la horizontalidad. La profundidad está delimitada por cuatro planos diferentes que se corresponden con la playa, el mar, un trozo de costa y el horizonte, que se confunde con el cielo. Todo ello, empleando una paleta muy restringida donde predomina el color gris, que se tiñe de azul, marrón cobrizo, verde y negro, colores que lo integran en la tradición gallega. Su tendencia a esquematizar las masas y los planos, alcanza en esta obra su máxima expresión. Técnicamente, nos hallamos ante una pintura meticulosa, creada a base de superponer varias capas de pintura, y en la que el grumo es empleado de forma premeditada. El lienzo refleja una poética decadente: no es un día gris, sino una sensación gris, con la que evocan la imagen de su tierra. Esta tendencia a dotar al paisaje de una carga psicológica, fue desarrollada por la generación de pintores románticos de principios del siglo XIX, en Centroeuropa, aunque el precedente contemporáneo español, se halla en la escuela de Vallecas y concretamente los paisajes de Benjamín Palencia.