Es habitual en las pinturas de Nóvoa, que el título aporte alguna indicación sobre la lectura que debemos dar a la obra. En este ejemplo, vemos cómo la protagonista del mismo es el componente matérico: la ceniza. Los materiales cobraron una gran importancia en las obras de Nóvoa a partir de la realización del Mural del Cerro (1962). Desde este momento, el artista comenzó a incluir en sus cuadros materiales tradicionalmente antiartísticos, tanto aquellos manipulados por el hombre, y que ya habían tenido una vida previa -es decir, materiales de desecho- como los procedentes de la naturaleza. La ceniza pertenece a este segundo tipo de material, y apareció en las obras de Nóvoa a raíz del incendio de su estudio de París (1979). El incendio, donde se perdió gran parte de su producción, suponía el reto de partir de la nada, que el artista aprovechó para revisar sus obras previas. La ceniza, además, era un material interesante por el componente simbólico que tradicionalmente la acompaña, y que se relaciona con el fin de la existencia (concepto más barroco), así como con la renovación y el origen de la vida.
Asimismo, el título llama la atención sobre el trapecio de pintura negra que aparece en el cuadrante inferior derecho, como un contrapunto invasor de la armonía de grises de la superficie, que únicamente es vulnerada por la incisión de líneas y de formas geométricas, que recrean las muescas y cicatrices que el paso del tiempo deja sobre los objetos, símbolo del tiempo y de la propia vida.