Cuando realizamos un recorrido por la trayectoria artística de Leopoldo Nóvoa, comprobamos que ha habido dos momentos, dos hitos, que han marcado el desarrollo de su pintura de forma determinante, y que son los felices causantes de su personal arte. El primero es la realización del faraónico Mural del Cerro de Montevideo, y el segundo el incendio de su estudio parisino, en 1979. El Mural del Cerro, obra en la que trabajó durante tres años, desde 1962, le llevó a valorar la capacidad artística de los objetos cotidianos, objetos que ya habían tenido una vida propia, y que se sublimaban al despojarse de función original y pasar a formar parte de una obra de arte. Asimismo, y tras esta obra, Nóvoa comenzó un proceso de esencialización de la pintura, que comenzó a despojar de lo superfluo hasta quedarse con los dos componentes que le interesaban: el espacio y la luz. Parte de la culpa de este viaje hacia la esencia de lo pictórico, la tuvo la bienal de Sao Paolo, donde, por estas mismas fechas, conoció la obra de Rothko, Burri y Fontana, que le abrieron las puertas a un nuevo campo de expresión. El incendio de su estudio en la Rue Faubourg Saint Antoine de París, en 1979, le llevó a explorar las posibilidades de otro elemento que, desde entonces, se convirtió en una constante en su obra: la ceniza, símbolo de renovación y de las posibilidades de la vida.
Aujourd'hui personne n'est venue forma parte del conjunto de obras realizadas por Nóvoa en el periodo comprendido entre el Mural del Cerro y el incendio. En ella podemos observar una contundente abstracción de las formas y la exploración de las capacidades espaciales de las telas, mediante la presencia del relieve y de las hendiduras, que incorporan el espacio físico al lienzo, a la vez que genera variaciones de color, que ahora se ha visto reducido a gamas de blanco y negro. A estos componentes novedosos, el pintor añadió la presencia de materiales antiartísticos, como trozos de cuerda. La tendencia a la abstracción y el ascetismo de color, recuerdan a las obras suprematistas de Malevich, cuya influencia le llega a partir de la obra de Joaquín Torres-García, con quien tuvo una estrecha relación. Sin embargo, frente a la ausencia del artista propia de las obras del ruso, Nóvoa no esconde su mano. Esta diferencia hace que, al contrario que los espacios abstractos universales, propios de Malevich, la obra del gallego, remita a mundos interiores, vivencias personales que percibimos, pero en las que somos incapaces de penetrar. Nóvoa veta la entrada a su intimidad, acotando el espacio del espectador. Las pistas que dejaba en títulos, como el de la presente obra, irán desapareciendo hasta convertirse en meras descripciones de los cuadros, que envuelven a los lienzos en un halo de íntimo misterio.