Laxeiro pasó parte de su infancia en la aldea pontevedresa de Botos. Allí, fue descubrió el mundo de leyenda galaica, y tomó contacto con distintos personajes peculiares, que influyeron en sus futuras experiencias pictóricas. Sus obras tempranas, están plagadas de diablillos, faunos, carnavaladas y bacanales, fruto de la fascinación fantástica que se manifiesta en él desde niño. El "culpable" de la genialidad de Laxeiro es el gnomo Mirlotil, ya que el artista declara, con humor e ironía, que todo se lo debe a él, en una muestra más de su mundo de fábula, donde el espectador debe ser imaginativo para poder entenderlo y adentrarse en él. En Hoy, Laxeiro combina dos temáticas a las que recurre en esta época (1949). Por un lado, en el cuadro observamos las "máscaras" típicas de un Carnaval, como la figura que sitúa en el centro, o los dos personajes que muestran sus caras sobre ésta. Por otra parte, la situación de los personajes, asemeja la posición que éstos tomarían sobre un teatro de guiñol, y es que, como declara el crítico González Alegre, las obras laxeiranas se caracterizan por tener en ellas, gran presencia lo escénico y lo teatral. Las gruesas pinceladas en tonos ocres y terrosos, evocan, según los críticos, a la tierra gallega que Laxeiro tanto admiraba, la tierra madre, y el modo de aplicarlas sobre el soporte son una muestra de la subjetividad del artista y de la importancia del acto creativo.