La producción artística de Laxeiro se caracteriza por un continuismo de formas expresivas, conformadas desde muy pronto en su lenguaje, y afianzadas con el paso del tiempo. Al final de la década de los años sesenta, su obra, agrupa diferentes tendencias: una tenebrista, descarnada, de claro ascendente expresionista, y otra experimenta en el campo de la abstracción una tercera, de corte más realista, y emparentada con el Picasso clasicista. Por otro lado, la querencia por el retrato se remonta a la adolescencia del pintor, cuando era barbero en Prado y Lalín, y en sus ratos libres dibujaba a la gente del pueblo, en lo que se puede considerar todo un estudio antropológico de la fisionomía del campesinado gallego. En esta obra, sobre un fondo azul plano, recorta la figura de una niña que sostiene entre sus brazos una muñeca. Se trata de un sorprendente acercamiento a este género, por la juventud del modelo escogido, y por el encuadre, muy acotado sobre el rostro, más propio de la fotografía que de la tradición pictórica. De Picasso, toma las formas rotunda y redondeadas, distorsionadas en rasgos irreales, y delimitados por la tradicional línea oscura. La composición de la pintura, se desestabiliza por la cabeza ladeada de la niña. Frente a su pintura expresionista y matérica, de brochazo potente y enérgico, realiza un trabajo minucioso, en colores terrosos y rosados que ocasionan un armónico contraste con la frialdad del fondo azul. Las carnaciones, traslucen las infinitas pinceladas que matizan y modulan luz y color. Contrasta la definición de la protagonista y el resto del cuadro, la muñeca aparece apenas concluida, dejando entrever el lienzo y casi sin relleno de óleo.