El período de Alejandro González Pascual que abarca desde 1972 a 1977, y en el que se enmarca esta obra, se caracteriza por una aproximación al interior de los bosques de su etapa anterior, hasta llegar a una visión individualizada de cada uno de los elementos que los conforman. La paleta cromática se aclara progresivamente, presagiando la fría luminosidad que llegará a alcanzar en obras posteriores. Sobre un fondo oscuro, exaltando el efecto tenebroso, representa unos troncos y unas raíces de árboles que, gracias a la frialdad de los colores utilizados y a su luminosidad, se recortan sobre el citado fondo ayudando a crear un contraste impactante y dramático. La intención del autor es que la obra produzca una sensación similar al de una naturaleza muerta.