En sus inicios las obras se relacionan iconográficamente con las raíces de la antropología rural gallega a la que descontextualiza y subjetiviza. Son esculturas sólidas, de volúmenes firmes y formas que recuerdan al mundo de la labranza.
En los ochenta las referencias objetuales no son tan claras y el concepto de escultura se hace más etéreo. Los ensamblajes se abren a multitud de formas y añade a la madera materiales como cuerda, alambre, cobre o cartón. A su vez el volumen pierde protagonismo. Reúne materiales diferentes cuando quiere color, forma o intensidad. En este caso lo añade para dotar a la pieza de mayor carga poética. Destaca la variedad de lecturas que genera a partir de un efecto de inestabilidad, que implica la multiplicación de los ángulos de visión de la pieza. A la manera de Calder, utiliza las sombras de los alambres para ir más allá del tradicional ámbito de la escultura.
La pieza que nos ocupa pertenece a una serie hecha en los años 90. Por esta época, que sigue en consonancia con la evolución de los últimos años de los ochenta, Basallo difumina los referentes iconográficos, aunque respete la raíz antropológica y la unión de la obra a la tradición ancestral del objeto. Agrupa a las obras en grupos en torno a un concepto o forma. La escultura se sostiene en su base por dos listones que sujetan la pieza principal, todo de madera. Se asemeja a un pájaro cuya cola llega hasta el suelo formando una tercera pata. A la pieza la corona una pequeña estructura de alambre, cobre y cartón formando un dibujo tubular. Cada material expresa su idiosincrasia sin que surja una jerarquía entre ellos. Los juegos de equilibrio obligan al espectador a rodear la escultura para investigar su forma. La carga poética de la pieza aumenta ayudada por las notas de color y el dominio del dibujo, que dotan a la pieza de cierto dinamismo.