Con gran capacidad expresiva, nos presenta el símbolo de la muerte por excelencia, una gran calavera victoriosa, de la que surgen unas piernas que pisotean los cuerpos yacentes sin vida. La obra tiene poca profundidad, ya que sitúa el motivo de la calavera muy cerca del espectador para acrecentar su potencia y resaltar el tratamiento del movimiento, preocupación constante en toda su trayectoria artística, gracias al cual consigue imprimirle al cuadro fuerza y tensión. Los muertos se sitúan en la parte baja del lienzo. A la izquierda se encuentran una máscara de gas y un hombre de espaldas y a la derecha pinta a una mujer, calva, boca arriba y desnuda. Los colores, muy oscuros, acrecientan la desolación de la muerte, sobresaliendo el negro de la calavera y el marrón del fondo, que se combinan con los cuerpos blanquecinos.