Bajo la Dictadura la creación artística se vuelve anacrónica. No obstante destaca el intento por conservar un alto nivel de calidad de creación llevado a cabo por artistas como Solana, Benjamín Palencia o Vázquez Díaz. A partir de la derogación de la resolución de aislamiento dictada por la O.N.U. y el apoyo explícito de los EEUU, se entreabren las puertas y un hálito internacionalista inunda el ambiente enrarecido, sin embargo este "idílio" entre artistas de vanguardia y Estado, no durará mucho. En este pantanoso ambiente artístico Tino Grandío produjo un tipo de pintura que, pese a sus ansias de ruptura nunca se despojó de la expresión tradicionalista.
En primer plano y sobre fondo abstracto, un hombre sostiene un arado tirado por dos reses. La disposición de las figuras y las líneas del horizonte potencian la horizontalidad y la idea de un movimiento lateral. En esta obra la gama cromática se reduce a azules, grises, verdes y blancos, en respuesta a una opción estética de innovación frente a la pintura tradicional. El trabajo minucioso de la pincelada, requiere de muchas capas de pintura, sin embargo en esta obra el elemento matérico pierde presencia en comparación con lienzos anteriores. La factura, por momentos algo tosca, no busca la perfección sino el deleite de las diferentes texturas, y las siluetas, esquemáticas, tienden a la abstracción.
Esta obra es una particular reinterpretación del género costumbrista a partir de una imagen que condensa la naturaleza con la psíque, evocando a la tierra, la vida y la muerte. Estos efectos se intensifican mediante la bruma que envuelve la composición y el reflejo de la figura humana como una sombra atemporal. La influencia del expresionismo se trasluce en la importancia dada a la luz, la representación caricaturesca, el espacio aplanado y el trazo elocuente.