Como es habitual en su obra, Grandío parte de un tema tradicional, en este caso el retrato, que moderniza mediante su estilo personal, deudor de fórmulas neoexpresionistas y abstractas enfatizadas por su particular uso del color. El encuadre fotográfico que adopta para este retrato esquemático de su crítico y amigo Ramón Faraldo, ya no responde a la composición habitual del género. Siguiendo sus principios artísticos, valora expresivamente las diversas texturas del cuadro, y emplea una gama restringida de color, en la que predomina el negro sin mezclar. La composición, se estructura entorno a un contraste lumínico expresado por el uso del color. Así, la parte central que recibe la luz, y se corresponde con el rostro, el pecho y las manos del retratado, se representa en un blanco, apenas matizado en los rasgos por un sombreado. El resto de la obra, la ocupa un tono negro uniforme, casi sin matices, que, únicamente, resalta el contorno de la figura con una línea de color claro. La cantidad de materia empleada, hace que el trazo del pincel se traduzca sobre la superficie del lienzo, tanto en los detalles fisionómicos como en la vestimenta.