Se trata de otro ejemplo de monocromía en negro, en el que Nóvoa explora las posibilidades lumínicas de las diferentes texturas, animadas, a su vez, por los contrastes de color. En la década de los ochenta, el artista siente la necesidad de imprimir a los espacios la presencia activa de la materia, pero no se trata tanto de materia pictórica -propia del informalismo y del expresionismo abstracto americano- como de nuevas texturas apictóricas que el artista aplica sobre la superficie de las obras. La materia adquiere corporeidad, y con ello, una doble posibilidad de investigación: intelectual y sensual, que emana espontáneamente del cuadro. La superficie, antes privada, reducida al anonimato, y casi siempre en blanco o negro, adquiere ahora una mayor poetización, convirtiéndose en el principal componente expresivo de la obra.