La maternidad es un tema recurrente en la producción de Laxeiro, pues contiene la esencia del matriarcado y fecundidad, relacionado directamente con la antropología gallega. Sin embargo, hará una reinterpretación del tema tan personal, que llegará incluso a elaborar una iconografía propia. Los elementos de la composición, siguen siendo los mismos: la madre sosteniendo en brazos a su hijo, pero cambia el modo de representarlos. Ahora, las figuras poseen formas redondeadas y envolventes que, por lo general, llegan a la deformidad, adquiriendo un aspecto de monigote, algo que el artista retoma de los recuerdos de su infancia. Son figuras robustas y pesadas, que se asientan en el espacio de forma estática, con la frontalidad y el hieratismo propios del Románico, al igual que la expresión impávida de sus rostros, que recuerdan la intemporalidad de la piedra. Laxeiro, dota de vida propia a estos personajes mediante un trazo rápido, nervioso, delimitando con una gruesa línea negra, los contornos de las figuras. Los colores terrosos, tan propios de este artista, se manchan aquí con el negro, llenando el cuadro de una oscuridad trágica y dramática. Este tenebrismo, influencia de la etapa negra de Goya, le permite reforzar el componente crítico de las obras de esta época. Tanto el colorido como la factura de la obra nos remiten al informalismo, que empezó a introducirse en la obra de Laxeiro en esta década de los sesenta.