La vida de Paul Klee estuvo íntimamente ligada a la música, carrera que abandono para dedicarse a la pintura. En 1898 se instaló en Múnich, por entonces un importante centro de vanguardia, donde conoció a Vasily Kandinsky (1866-1941) y August Macke (1887-1914), con los que expuso en 1912 en la segunda exposición del grupo Der Blaue Reiter (El jinete azul). Ese mismo año viajó a Paris, donde conoció la obra de Picasso y Braque. Allí contactó con Robert Delaunay (1885-1941), de quien admiraba sus estudios del color, la luz y el movimiento y cuya obra Sobre la luz tradujo al alemán para la berlinesa galería Der Sturm. En 1914 realizó un revelador viaje a Túnez, donde el color se tornó fundamental en su investigación estética, escribiendo en 1918 uno de sus textos teóricos más relevantes, Schöpferische Konfession (Confesión creadora). Entre 1921 y 1931 trabajó como profesor de la Bauhaus, primero en Weimar y más tarde en Dessau, donde llevó a cabo una gran cantidad de escritos teóricos y pedagógicos. Durante esta década realizó importantes exposiciones en París y Estados Unidos. A partir de 1931 impartió clases en la Akademie de Dusseldorf, antes de ser denunciado por los nazis por crear “arte degenerado”. En 1933 abandonó la enseñanza y regresó a su Suiza natal, donde, antes de su fallecimiento, la Kunsthalle de Berna organizó una gran exposición retrospectiva de su obra.
Klee, cuya obra no puede ser adscrita a una tendencia o movimiento concreto, en sus inicios estuvo próximo al expresionismo, si bien su trabajo posterior en ocasiones se relaciona con la abstracción geométrica y, en otras, con el surrealismo. Al igual que los expresionistas del Die Brüke (El Puente), Klee buscaba la renovación del arte con un claro rechazo al impresionismo imperante en ese momento y a través de la búsqueda de lo esencial. Pero a diferencia del último grupo, su estilo era más lírico, con un predominio de las líneas y de los colores más suaves que los expresionistas. También buscaba dar un sentido espiritual al arte, por lo que encamino sus obras hacia una depuración de lo material hasta representar la esencia de lo real. La pintura de Klee fue evolucionando hasta volverse más poética, inspirándose en la naturaleza y ahondando en las propiedades estructurales del color, independientemente de su relación con la línea. Tras su viaje a Túnez encontró su propio estilo pictórico basado en el color, llegando a escribir en su Diario la siguiente afirmación: “El color me posee. No necesito perseguirlo me tiene para siempre, eso lo sé. Ese es el sentido del momento feliz: el color y yo somos uno. Soy pintor”.