Wifredo Lam inicia sus estudios artísticos en 1918 en la Academia de San Alejandro de la Habana, y los amplía a partir de 1924 en el taller de Fernando Álvarez de Sotomayor en Madrid. Durante su etapa española su obra se mueve dentro del academicismo y será en la década de los treinta cuando aparezcan los primeros indicios vanguardistas. Tras el alzamiento de Franco, Lam colaboró con el bando republicano, hasta que, a causa de una enfermedad, fue internado en un hospital, donde conoció al escultor Manolo Hugué, quien le dio una carta de presentación para Picasso.
En 1938 se marcha a París y entabla amistad con el pintor malagueño, que lo ayudó a instalarse, le ofreció sus contactos y lo introdujo en el mundo artístico local, donde conoce a su marchante Pierre Loeb, así como a los pintores Georges Braque, Fernand Léger y a otros artistas del grupo surrealista. Con estos últimos se refugió tras la invasión alemana en Marsella, y con ellos se exilió a Nueva York, donde expuso con regularidad en la Galería Pierre Matisse. Su paso por la Martinica junto a André Breton, donde conoció los santuarios de la religión vudú, repercutió de forma significativa en su pintura.
Una vez finalizada la guerra dividió su vida entre París, donde se encontraban sus amigos, Nueva York, lugar en el que expuso con gran éxito, y La Habana, donde siempre encontró sus raíces y donde permaneció hasta el golpe de Batista de 1952. En ese momento estaba considerado como uno de los artistas más importantes, apreciado por crítica y creadores, y participó en numerosas exposiciones colectivas dedicadas al surrealismo y en muestras antológicas en los museos más importantes del mundo. Fallece en París en 1982.