Antonio Lago Rivera pertenece a las generaciones gallegas formadas en la posguerra que protagonizaron una nueva diáspora. Nacido en A Coruña en 1916, estudió en los años cuarenta en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y completó su formación con una primera estancia parisina. En 1945 participó en la exposición «La joven escuela madrileña», organizada por la librería Bucholz, en la que dio a conocer su espíritu renovador, espíritu que compartía con sus amigos Antonio Valdivieso, Carlos Pascual de Lara y José Guerrero.
De la formación académica y de la inquietud renovadora por el arte internacional surgió su obra, que consiguió afianzar su identidad en diferentes ámbitos históricos, sociales y artísticos que la pusieron a prueba y sometieron a variados retos. Durante los años cuarenta, destaca una pintura de una figuración maxicista y primitivista, en diálogo con los realismos europeos, con el expresionismo y el surrealismo. En los años cincuenta, con la asunción de la abstracción en el París del tachismo y de los informalismos, estuvo en contacto con las grandes figuras de la pintura internacional con las que llegó a exponer (Guerrero, Appel, Jorn, Mathieu, Tàpies, Saura, Rothko…) y con movimientos como el Art brut, CoBrA, expresionismo abstracto, etc. Y a partir de los años sesenta, recuperó una figuración deudora de los logros de su experimentación cromática abstracta, en la que a partir de los setenta se incluyeron contenidos irónicos, sarcásticos y de crítica social.
Lago Rivera desarrolló en su trayectoria vital una obra que va desde la figuración lírica hasta la abstracción, ya fuese geométrica, ya más ligada al informalismo, para luego regresar a una figuración que se beneficia de los logros y de las experiencias de su etapa abstracta.