Cuando en 1997 Francisco Leiro realiza Muda o cacho, trabaja ya con un importante bagaje que ha ido cosechando desde aquellos inicios como alumno de la Escuela de Artes y Oficios en Santiago hasta su reconocimiento internacional de la mano de la galería Marlborough.
En la escultura de los noventa el artista, que rehúsa seguir utilizando sólo los materiales tradicionales, ya no esculpe, sino que construye manteniendo una incondicional relación con el espacio, intentando apropiarse de un entorno en el que la escultura interviene, no con el sentido monumental de otras épocas, sino como elemento integrador, circunscrito en la propia arquitectura o paisaje. El expresionismo, en el que se generaliza la primacía de las emociones sobre cualquier otra voluntad plástica, surge de forma agresiva e imaginativa aportando con atrevimiento atractivas combinaciones de instrumentos estilísticos.
La obra perteneciente a la Colección de Arte ABANCA se cala de ironía y expresividad como en todas las figuras humanas que Leiro gusta señalar temáticamente con ambigüedad. Jugar con la metáfora ha sido siempre una preocupación constante en su obra. En esta exagerada representación del canon escultórico se sienten la memoria de la tradición. Tal y como dice Méndez Ferrín «en la obra de Leiro hay como una cierta llamada radical a sus raíces humanas, a las materias y energías cósmicas y a aquello que la hipótesis antropológica ha llamado urlenguaje o lengua primordial que precedió a la gallega materna de Leiro y a todas las demás lenguas que hubo y hay en el mundo.»
Desde hace unos años emplea maderas de diversos tipos aprovechando sus cualidades cromáticas. Aquí el castaño y el manzano participan, además, de un canon aumentado que dista mucho ya del clásico que el cambadés admira y que llega a estudiar directamente en sus viajes por Europa.
Muda o cacho nos ofrece una imagen ciclópea y enérgica, un ponderado exceso plástico de una realidad fabulada por la gubia de la nueva figuración. En cada pieza, también en ésta, existe una parodia de la vida envuelta en la indeterminación irónica con que gusta de señalar a la posmodernidad.
Esta obra puede gustar o no, crearse incondicionales al primer vistazo o discrepantes para toda la vida. Lo que es seguro es que a nadie deja indiferente.
Mercedes Rozas