Sin lugar a dudas puede considerarse a Jorge Oteiza Embil (Orio (Guipúzcoa), 1908 - San Sebastián, 2003) uno de los pioneros de la escultura abstracta también como uno de los grandes teóricos del arte español de la posguerra, a través de sus reflexiones en torno al espacio. Artista al que le cabe una amplísima panoplia de calificativos: poético y procaz, apocalíptico y religioso, astuto y pueril, bárbaro y moral en el más amplio sentido de la palabra. En ocasiones entusiasta, otrora dolorido, siempre exacerbado, nunca neutral. Pionero y personalidad indiscutible que ha irradiado una extraordinaria influencia en el arte contemporáneo español. Apasionado y entusiasta creador, seductor, ambiguo y contradictorio ser, antes que nada, sus permanentes diatribas, aquí y allá, componen una voz tan contemporánea como fervorosa, muestra de que el artista, grande, se sustenta en en un alma humanísima. Para Oteiza, sacral a veces, otrora profanísimo, siempre atraído por los abismos, la vida artística es declaración del impotente fracaso vital: se crea porque se fracasa. Fracaso y ruina, desolación en la que se duda del Dios al que trágicamente se clama. Tragedia que para Oteiza supone uno de los puntos de partida, creación-ocultamiento, de la creación artística.
Para Oteiza la pasión y el fervor citados componen un sustento esencial de la creación. Sobre él y lo antedicho escribió Pedro Manterola que
[...] la pasión de Oteiza es la pasión. El entusiasmo, el fervor, la exaltación, son un acicate para la imaginación. Una emoción, sin duda, que el artista prodiga con generosidad y astucia al mismo tiempo. Un método, por tanto, una estrategia que no se reconoce como tal, una simulación incluso -si tal término no llevara aparejada la noción de falsedad- en la que que pueden florecer las asociaciones más impensables. Las ideas aparecen entonces adoptando sorprendentes, insólitos, sentidos. Todo produce la sensación de que el artista vive sobre un territorio misterioso y riquísimo, <<el caos originario>> de los románticos, en el que se ocultan tesoros y peligros incalculables (como en las antiguas historias aventureras) a cuya aletheia merece la pena permanecer atentos. En este momento, cualquier situación aparece revestida de una intensidad dramática. El grito, la oración, el llanto más desesperado son señales e instrumentos de tan vertiginoso estado, signos aparentes del pathos que sólo la plenitud de la conciencia proporciona: <<el artista>>, dice Schopenhauer, <<es él mismo la voluntad que se objetiva y persiste en un continuo sufrimiento>>.(1)
Para Oteiza la expresividad del hueco, la ocupación activa del espacio, debe darse por medio de la fusión de unidades formales livianas, esto es, dinámicas o abiertas, y no por la desocupación física de una masa.
Tras su regreso a España en 1948, su energía vital encauzó el debate y la renovación del arte vasco a través de la afirmación de su identidad. Es autor de numerosos textos y ensayos que han influido en las generaciones posteriores de escultores vascos, entre otros el fundamental Quosque tandem! Ensayo de interpretación estética del alma vasca (1963) y recientemente editado (2006), (2), y su continuación Ejercicios espirituales en un túnel (1983). En estos escritos Oteiza plantea cuestiones básicas del arte, la escultura del siglo XX y sus principales representantes. Desde una escritura desbordante, muy contemporánea, en la que se reúnen con desparpajo muy diversas fuentes de la historia del arte que no entienden de períodos, escuelas o lugares geográficos.
Desde su retorno hasta el final de la década de los cincuenta, la presencia de Jorge Oteiza en el arte español de los cincuenta es permanente. Y en todo caso su obra está en lugares capitales en donde se desarrollan los principales acontecimientos artísticos de estos años. En muy poco tiempo su figura pasará de los salones dorsianos y el tropel bienalista de la Hispanoamérica de 1951, al éxito y repercusión internacional de su premio en la bienal paulista de 1957. Su obra irradiará influencias diversas hacia dos de los grupos renovadores de la época: Parpalló y Equipo 57. Algo que también sucederá con algunos de los más destacados integrantes de El Paso.
El punto de inflexión de la trayectoria de Oteiza está marcado por su presencia en la bienal de 1957, a la que acudió, en un pabellón español lleno de contradicciones, junto a diversos pintores (Francisco Capuleto, Luis Feito, José Guinovart, Manolo Millares, Manuel Rivera, Antonio Tàpies y José Vento) acompañado de la obra de otro escultor anclado en la más vetusta tradición; José Planes. Sin embargo, no se arrendó Oteiza y estuvo presente físicamente en dicha bienal a la que había enviado un amplio conjunto de obras que superaba, mediante un hábil ardid teórico, lo solicitado. Gran Premio de Escultura en dicha Bienal, este fue el punto de partida de un amplísimo reconocimiento internacional. Antonio Saura publicó uno de los artículos más interesantes y lúcidos sobre el asunto en pleno 1957. En él destacaba el montaje del pabellón español, el catálogo completamente realizado por Oteiza con la ayuda de su fundamental mecenas, Juan Huarte, y lamentaba la inexistencia de un catálogo propio, como hicieron otros países. (3) La obra de la Colección de Arte ABANCA Desocupación no cúbica del espacio (1958-1959) enlaza plenamente con el ciclo de las remitidas por Oteiza a la citada bienal y que se conservan en el museo que lleva su nombre en Alzuza. En cierta medida, la obra de Oteiza puede considerarse precursora de la actitud minimalista, si bien su producción surge de un intenso sentimiento cuajado de hondas consideraciones intelectuales. Construcción vacía, desocupación del espacio, suerte de alma o armazón de sus cajas metafísicas, se articula en torno a la inmensa reflexión de lo que es el espacio. Oteiza evoca así un trabajo en doble dirección: la expresión de la citada macla constructiva, otrosí la mención a lo que no existe, a lo que es presentido in absentia, la piel de la caja metafísica.
Puede considerarse que el proceso de inserción de Oteiza en el arte de la década de los cincuenta concluye en 1960 con su presencia en la fundamental, y casi canónica, exposición <<Frank O’Hara-New Spanish Painting and Sculpture>>, inaugurada en julio de 1960 en The Museum of Modern Art. La exposición itineraría por, por prácticamente, todo Estados Unidos y Canadá entre ese año y 1961.
Alfonso de la Torre
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1 Pedro Manterola, La pasión de Jorge Oteiza, Eusko Ikaskuntza. Sociedad de Estudios Vascos, San Sebastián, 1996.
2 Jorge Oteiza, Quosque tandem...! Ensayo de interpretación estética del alma vasca (Auñamendi, colección Azkue, San Sebastián, 1963). Reedición de la Fundación Museo Oteiza Fundazio Museoa, Alzuza, 2007.
3 Antonio Saura, <<La lección de Sâo Paulo>>, Arte Vivo, Tercera entrega, Valencia, diciembre de 1957.