Este dibujo fue realizado en 1895, último año de la estancia de Picasso y su familia en A Coruña, ciudad en la que residió durante su adolescencia. Se trata de un ejercicio de los muchos que debían realizar los estudiantes de Bellas Artes, para el que emplea un papel que reutiliza en el reverso. En este ejemplo se hace evidente la influencia de su profesor Isidoro Brocos, claro representante de la pintura y la escultura costumbrista decimonónica.
En Escena popular gallega muestra una romería gallega y, como estudio tomado del natural, está llena de la frescura y del dinamismo propios de un apunte de rápida ejecución. Dentro de ese carácter descriptivo que la obra posee, se aprecia ya la capacidad de síntesis del joven artista, que mediante unas simples líneas es capaz de definir el espacio y dotar la escena de profundidad, destreza que desarrollará en creaciones inmediatamente posteriores. Este esquematismo es llevado también a las figuras, sobre todo a las del segundo término, representadas a modo de esbozo, con lo que consigue no solo plasmar las formas, los gestos o los ropajes de los personajes, sino también transmitir la sensación de movimiento, todo ello mediante una ejecución ágil y un trazo caligráfico y firme.
Al dorso, en Caricatura de torero y cura, realiza dos caricaturas en tono jocoso y satírico, que más que un ejercicio de práctica parece un juego infantil de enredo y diversión, surgido de su afán por aprovechar el papel. Por este motivo, la ejecución del dibujo es más libre y un tanto torpe, lejos de las formas establecidas por la Academia. Presenta las figuras de un torero, temática taurina que será una constante en su obra, y de un cura. Ambas caricaturas están realizadas de forma peculiar, ya que tanto los ojos del torero como los del cura están formados por inscripciones numéricas. El primero muestra en su rostro el número 88, que según Josep Palau, amigo íntimo del artista, pertenece a la matrícula que Picasso poseía el primer año en la Escuela de Bellas Artes, y el otro, el 77. En su infancia ya representaba la figura de esta manera tan ingeniosa; según nos cuenta su biógrafo y secretario Jaime Sabartés, "ya desde los días de escolar Pablo Picasso realizaba figuras a partir de números en un proceso inverso al de la abstracción". Además de los números que salpican esta composición, se advierte el sello del padre del artista, don José Ruiz Blasco.
Este trabajo es, por tanto, una prematura muestra de la creatividad y del ingenio de Picasso, cargado de un incipiente sarcasmo, ironía y mordacidad que estarán siempre presentes a lo largo de toda su producción.