Si pensando en el arte gallego unánimemente consideramos a Luís Seoane como ese eslabón primordial entre las dos mitades de siglo es, por una parte, por la envergadura de su trabajo global como artista, pensador y activista a lo largo de casi cinco décadas, desde los primeros años treinta hasta los mismos finales de los setenta. Pero, por otra parte, esa consideración proviene de la convicción o de la evidencia de que Seoane, en una altura tan avanzada como 1960, era en cuanto a posicionamientos plásticos y a la ejecución real de su obra tan moderno o más que cualquiera en el país. No importaba la edad, Seoane con 50 años servía de espejo y referencia para quien, comenzando su carrera, pretendía un arte de vanguardia.
Es justo en ese momento cuando Luís termina esta Muller con chal, también titulado Figura 6, dada la cantidad de cuadros de estructura semejante que pinta entre 1959 y 1962. En el año 1961, fecha de la firma de la presente obra, Seoane pinta alguno de sus cuadros más emblemáticos, todos con la figura única, frontal, clara al tiempo que abstracta, de la mujer como icono firme, la figura de la Mater Gallaecia, mujer fuerte e impasible de Galicia.
Aquí Seoane como ya anticipara en Repousada seguridade y en Figura verde con fondo ocre, ambas de 1959, llega a una síntesis total, es decir mitad y mitad, entre figuración y abstracción: la construcción de la silueta quebrada, compuesta como un collage de segmentos geométricos, que construye la figura básica de la mujer en ocres claros. Como cortada con tijera de Matisse, la figura deja un fondo de navaja limpia sobre un paño final, homogéneo de un rojo inglés atemperado. Y con trazos firmes como nunca se habían visto. Porque Seoane en su viaje único, provoca en sus obras de este mágico 1961, una combinación de formas sencillas y de trazos como puestos por azar que concluyen su sentido cuando el espectador reelabora el constructo plástico y comprende la deriva, universaliza la deriva: un trazo negro y otro gris cayendo en vertical parecen no tener nada que ver con el cuadro, pero, bien visto, son parte fundamental de la pintura. Se trata de los apoyos plásticos de los que Luís Seoane nunca habrá de renegar: la fuerza de la imagen por encima de todo. La Muller do chal resulta claramente deudora de los trabajos que Seoane había hecho como garfista e ilustrador; en cierto modo nacida en las imprentas, siempre pensando en la voluntad de integración de las artes, evidencia ese comportaniento, esa búsqued de líneas aisladas que construyen la composición y los campos de color que desde una evidente y voluntaria economía hacen del cuadro toda una celebración visual.
Alberto González-Alegre