En la década de los sesenta, época a la que pertenece esta obra, Laxeiro se abre al mundo de la abstracción y del informalismo, dejándose influenciar por las corrientes del momento. Fue un hombre, rompe con la línea de la figuración que, no obstante, Laxeiro nunca quiso abandonar del todo, para acercarse al mundo de la abstracción. Una abstracción, definida mediante el gesto y el color, herramientas de expresión muy comunes en este artista. Amplía la gama cromática, utilizando amarillos y veladuras de blanco, que se unen a los terrosos, propios de su producción. Continúa silueteando las formas mediante un trazo grueso, negro, que embadurna todo el lienzo, con una pincelada densa y empastada. Las bruscas pinceladas y la factura nerviosa a primer trazo, sin dejar lugar a la elaboración previa, son síntomas de ese espíritu de libertad que da lugar a imágenes esperpénticas casi irreconocibles. Este acercamiento a la abstracción pura, le sirve para realizar una pintura crítica, trágica e irónica, acerca de la sociedad del momento.