La trayectoria de Álvaro Negro se ha definido por un profundo análisis sobre el hecho pictórico y por ende, la imagen pictórica en relación al contexto contemporáneo y los nuevos medios de reproducción de la imagen. Su trabajo lo ha llevado a repensar el lugar de la pintura como medio de construcción teórico de la imagen, entendida ante todo como investigación en torno a la idea de percepción, la relación con el espacio y la importancia de la luz.
En esta pieza el artista presenta una estructura a modo de políptico situado sobre suelo. Esta disposición a modo de retícula invita al visitante a transitarla para descubrirla, generando así una nueva lectura que desafía la idea tradicional de pintura bidimensional sobre pared. El autor huye de la tradicional concepción de espectador pasivo ante un lienzo y busca completar la pintura con el movimiento derivado del comportamiento del visitante. Esta original solución plantea construir otra mirada, experimentar otro tipo de percepción donde importa ante todo la actitud que se genera ante la dislocación de elementos convencionales.
El soporte empleado, espejo, busca la captación del contorno y su reflejo en un juego de duplicación del espacio a modo de eco. La pintura se expande sobre el espacio arquitectónico para funcionar como instalación y la arquitectura funciona a su vez como soporte en cuanto que busca activar la pintura, en una hibridación de disciplinas con límites cada vez más difusos que amplían los horizontes del proceso creativo.
La pintura se convierte en escenografía sin abandonar la tradición pictórica –composición, espacio, color, ritmo- si bien la concepción políptica sobre suelo ha superado el concepto de marco y por tanto supone una original redefinición de lo que se ha dado en llamar la expansión de la pintura: una pintura dilatada en la que ampliar nuestra percepción y distorsionar los convencionalismos del lienzo.