Esta obra perteneciente a los últimos años de la década de los cincuenta, se encuadra dentro de la abstracción geométrica, movimiento que estará presente a lo largo de toda la carrera de José María de Labra. El artista incide en una investigación espacial, basándose en juegos de profundidades y de luz, buscando un mundo de sensaciones ópticas, generado con unidades que flotan en el espacio, creando ritmos verticales y horizontales. Se trata de ejercicios sobre un plano, donde las figuras se asientan siguiendo un modelo de ordenación geométrica ideal. Según el autor:"Concibo la forma como consecuencia de la relación de diferentes potenciales, lumínicos, mecánicos, espaciales...como resultado de la interacción de determinadas tensiones". Espacio y forma ejercen una tensión comunicativa, mientras el color se supedita a efectos lumínicos, densidad o espacialidad, siempre con una clara tendencia por las gamas frías, que irán dejando paso al blanco y al negro, al tiempo que los azules se transforman en grises, predominando la sobriedad.