Durante la estancia en los Países Bajos, Lloréns sufre una crisis y deja de pintar. Más tarde, según relata en su diario, regresa a Italia, donde recupera el ánimo. Tras una estancia en Roma, se instala en Capri durante una temporada. En esta isla, el artista encuentra la luz y el color del Mediterráneo que Sorolla, su maestro, le había enseñado a pintar. En Capri, Lloréns pintará el mar y la diversidad de matices del agua, reflejos y contraluces. En este dibujo reproduce un detalle de los acantilados de la isla, de ahí que esté marcado por la verticalidad, únicamente equilibrada por los reflejos de luz en el agua. En un primer término, un pequeño camino nos introduce en la escena, conduciéndonos a una edificación también abocetada. El sombreado, crea los volúmenes y da forma a la masa rocosa. La yuxtaposición de los acantilados, y la descripción serpenteante de la costa, marca también la profundidad espacial de la escena. Es interesante resaltar el tratamiento de la superficie del mar por medio de unos trazos rizosos y quinéticos, que mezclan el negro con el azul para producir una valoración colorista muy eficaz. El resultado es un conjunto bien encuadrado y formulado mediante las técnicas impresionista, aplicadas de manera personal.