Desde 1977, y hasta el fin de sus días, Alejandro González Pascual limitó su producción pictórica a la representación de naturalezas muertas, casi con exclusividad. Quizás el bodegón sea el género con menores pretensiones en la pintura, pero al que el artista coruñés supo sacar partido. En un primer momento realiza este tipo de composiciones sobre fondos oscuros, aclarándose posteriormente y dulcificando el tema. Los elementos que plasma en sus pinturas están tomados de su vida cotidiana, objetos como la sopera, copas de vidrio, frutas, telas o libros, todos ellos presentes en su casa de Ortigueira, donde se recluía durante épocas prolongadas, que alternaba con numerosas exposiciones. En la Sopera, González Pascual nos describe minuciosamente las condiciones de luz, y el efecto que ésta produce en la superficie de la porcelana. Para esta obra utiliza una combinación de blanco con distintas tonalidades de un gris azulado, que provocan el contraste de esta frialdad cromática con el fondo en negro.