Esta obra pertenece al período de máxima actividad de la artista en cuanto a promoción y difusión de su obra. En estos años tienen lugar sus principales exposiciones institucionales y en galerías privadas, consiguiendo que su obra goce de la máxima reputación de público y crítica. Esta obra está estructurada como un icono de dos trazos paralelos que se entronizan con la orografía pictórica circundante tanto en calidades cromáticas como en las ricas cualidades matéricas obtenidas. La composición es muy clasicista, ya que el icono divide la obra en dos mitades y concentra la mirada del espectador en el centro.
La ausencia de narración, el misterio de una aparente monocromía variada en matices y la sensualidad de los relieves de unas formas que remiten a elementos orgánicos antropomórficos hacen volar la imaginación de espectador hacia un mundo prehistórico. Un espacio que parece extraído de los grabados rupestres que remiten a la primeras huellas del hombre. Un deseo pro comunicar a través del signo mágico e intemporal a lo largo del tiempo. Estas características de Territorio lo transportan a un mundo primario en el que la marca o la huella se convierten en dominio de un estatus y un hábitat.