Esta obra responde a las características esenciales desarrolladas en el arte de Aguilar. Trabaja sobre un prisma rectangular de lados lisos donde reproduce en la cara superior y en el propio acero una serie de signos que corresponden al universo personal del plano y del mapa.
Se caracteriza por su rotundidad, por ser un volumen recortado en el espacio, que alude a los bloques de las obras de mármol que realizaba en la década de los 80. Potencia la pureza formal sin restarle emoción al objeto. Usa para eso planos geométricos, ángulos rectos y a través del hermetismo sugiere el enigma de un hipotético contenido. Los elementos gráficos ayudan a captar la atención del espectador. Influencia decisiva en esta obra son las Cajas de Oteiza, así como también las obras de Brancusi, Julio González, Richard Serra, etc. Esta obra está diseñada para estar sobre el suelo, prescindiendo de peana, resaltando así las formas esenciales y básicas de una forma compacta.
Aguilar ha experimentado con todo tipo de materiales, e incluso juega con ellos en una misma obra. Sin embargo, en este caso, la utilización de un solo material, el acero cortén, le permite un inmejorable soporte para aunar una síntesis geométrica y una intensificación del diálogo con la aplicación de la pátina oxidada al metal, que potencia el lenguaje expresivo y contundente del objeto.