Una de las facetas más importantes en la producción del artista, más por obligación que por el interés, es la de la imaginería religiosa. Se puede decir que Brocos dota a este tipo de escultura de una nueva dimensión, de un espíritu laico, contagiado del resto de sus obras. En esta obra San Pedro aparece con sus atributos habituales, las llaves. El santo está en actitud relajada, con la mirada puesta en el más allá como si dialogara con la Divinidad.
El rostro es de un realismo evidente, la cabeza proporcionada, la barba redonda y rizada, las arrugas marcadas en la frente, propias de un hombre maduro, etc. Son las denominadas "cabezas de expresión" típicas del naturalismo de Brocos. Este mismo naturalismo lo aplica al tratamiento de los ropajes, con unos mantos profundamente plásticos y con grandes pliegues que le confieren peso y volumen a la figura.