Alfonso Costa nació en Noia (A Coruña) en 1943, aunque ha repartido buena parte de su vida personal y profesional entre Galicia y Cataluña. Con apenas diecisiete años, se traslada a Barcelona, donde trabaja y recibe su formación artística. A finales de los años sesenta, conoce al crítico de arte Cesáreo Rodríguez Aguilera, quien le propone trabajar en exclusiva para la prestigiosa galería Trece, que él dirigía en Barcelona.
Sus primeras obras evidencian una influencia del impresionismo, puesto que el color es el protagonista. Entre 1969 y 1971, aparecen referencias cubistas que pronto abandona para acercarse al arte neofigurativo y experimentar con el acrílico, sin por ello olvidar el óleo.
Su evolución combina un lenguaje que une mundo interior y plástica personal y experiencia adquirida. En los últimos años, ha producido obras de carácter surrealista, pero con unas connotaciones muy personales. Como él mismo expresó en una ocasión, se trata de «un surrealismo muy personal, lúdico y feroz al mismo tiempo, poblado de caprichos oníricos, de libérrima raíz, propulsado en todo momento por la inventiva».
En 1972 obtuvo la beca de la Fundación March para viajar a la ciudad italiana de Florencia. Una ciudad que lo impresionó enormemente e influyó decisivamente en su futuro estético. A su regreso, desarrolla una importante actividad con exposiciones y premios, como el primer premio en el Salón de Otoño de Manresa, la medalla de bronce en el Premio Europa de Bélgica (1968) o el primer premio en el Homenaje a Zabaleta Quesada en Jaén (1981).
Alfonso Costa es un artista polifacético, que a lo largo de su trayectoria ha trabajado con disciplinas diferentes, como el cartelismo, la escultura, la gráfica, la ilustración, la decoración o incluso las vidrieras, en las que obtuvo un gran reconocimiento. Es un artista que dialoga con los soportes; resalta las posibles imperfecciones del lienzo, y compone formas que dan corporeidad a sus pensamientos. Su pintura nunca es estática, sino que muestra seres u objetos en movimiento.
En 1984 culminó su trabajo más elaborado y deseado: la pintura mural de dos mil metros que había comenzado tres años antes en el Instituto Frenopático de Barcelona. Ese mismo año, es nombrado hijo predilecto de Noia, su villa natal. En 1997 se instala definitivamente en Galicia, donde ha seguido desarrollando una intensa actividad. En el año 2005, la Universidad de Santiago le organizó una importante exposición antológica.