Jean Metzinger es uno de los personajes que más se identifican con el cubismo, tanto por su trayectoria artística, donde siempre estuvo presente, como por sus escritos. Lo que ni Picasso ni Braque teorizaron lo hizo Metzinger junto al pintor Albert Gleizes, con quien escribe en la temprana fecha de 1912 Du Cubisme. Su carrera comenzó nueve años antes, cuando en 1903 se trasladó desde Nantes a París.
Durante los primeros años su obra evolucionó desde el neoimpresionismo al fauvismo, hasta que en 1906 se instaló en Montmartre, y gracias a Max Jacob entró en contacto con Apollinaire, Picasso, Braque y el universo cubista. Desde entonces comenzó a participar en exposiciones junto al grupo en el que acogieron a nuevos adeptos, como Léger o su gran amigo Gleizes. En 1911 fue uno de los artífices de la Sala 41 del Salón de los Independientes, considerada como la puesta de largo del cubismo. Fue uno de los pocos cubistas que, al participar casi desde el principio, pasó por todas sus fases, desde la analítica hasta la sintética.
Durante la Primera Guerra Mundial, Metzinger comenzó a exponer en L’Effort Moderne, la galería de Léonce Rosenberg, quien durante ese periodo, gracias a la huida de los marchantes Wilheim Uhde y Kahnweiler, se convirtió en el principal galerista de los cubistas. El fin de la guerra trajo consigo la llegada de la nueva figuración, a la que Metzinger no fue ajeno, incorporándola a sus composiciones cubistas. Lo mismo ocurre en los años treinta, cuando en pleno auge del surrealismo sufrió su influencia, que remitió años después, volviendo al cubismo más estricto que llevó a cabo hasta su fallecimiento.