Leonardo Alenza ha llegado a nuestros días como uno de los artistas más interesantes y sorprendentes del siglo XIX español, calificativos que contrastan con su corta vida y poca repercusión que tuvo en su época. Su madre murió al poco tiempo de nacer él y su padre, poeta aficionado a la bibliofilia, hizo de Alenza una persona retraída y enfermiza. Estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde fue alumno de José de Madrazo (1781-1859) Juan Antonio de Ribera (1779 – 1860) y José Aparicio (1770 – 1838), los grandes representantes del neoclasicismo en España. Sin embargo, su vida no discurrió por los grandes salones ni la academia, sino en el deambular por Madrid y sus arrabales en busca de inspiración, pues Alenza prefería representar al pueblo llano antes que los grandes hechos históricos actuales o de la antigüedad.
No obstante, su carrera fue reconocida al final de su vida al recibir dos premios en los salones de 1838 y 1840, y entrar en la Academia en 1842. Además de su actividad como pintor hay que destacar su labor como ilustrador, iniciado por su amigo Mesonero Romanos en el Semanario Pintoresco español. También participó con dibujos en Escenas Matritenses, del mismo autor, en la edición 1840-1842 de Aventuras de Gil Blas de Santillana y en Los españoles pintados por si mismos, convirtiéndose en uno de los mejores ilustradores del momento.