Con tan solo nueve años Chagall empezó su contacto con el arte en el taller de un pintor de su ciudad natal. Al año siguiente se instaló en San Petersburgo, donde trabajó en el taller de Léon Bakst, quien había trabajado como decorador de los Ballets Rusos. En 1910, gracias a la ayuda del mecenas Vinaver, pudo realizar su primer viaje a París. Se instaló en uno de los talleres de La Ruche, donde entabló amistad con Delaunay, Max Jacob, André Salmon o Guillaume Apollinaire. Expuso por aquel entonces en el Salón de los Independientes y realizó su primera exposición individual en la galería berlinesa Der Sturm.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, regresó a Vitebsk, donde años después fue nombrado director de la Escuela y comisario de Bellas Artes, pero sus discrepancias estilísticas con Malevich hicieron que abandonara la escuela. Se trasladó entonces a Moscú donde permaneció hasta 1923, cuando abandona definitivamente Rusia. Tras una estancia en Berlín viaja a París, donde el marchante Vollard le encargó ilustrar varios libros. En 1926 realiza su primera exposición en Nueva York, ciudad donde se refugió a causa de sus orígenes judíos. Años después el MoMA celebraría su primera gran retrospectiva. Tras la guerra regresó a Francia. Hasta el final de su vida llevó a cabo numerosas exposiciones y retrospectivas de carácter internacional, así como relevantes encargos públicos.
A lo largo de su prolífica trayectoria artística, Chagall abordó diversas técnicas, y fue un artista original que no se adhirió a ningún movimiento artístico, aunque no por ello rechazó determinadas influencias estilísticas. En sus obras parecía querer huir de la realidad para sumergirse en un mundo de fantasía. Algunos, como Breton, incluso lo consideraron un predecesor del surrealismo.