Colección Bibliográfica

Los incunables

Los primeros libros impresos siguen en su forma y contenido a los manuscritos. La única diferencia durante mucho tiempo entre libro impreso y libro manuscrito es la técnica empleada para su elaboración. El libro impreso es un ejemplar fabricado en serie y por tanto susceptible de multiplicación. La distinción entre «libro de mano» y «libro de molde», que es como se conocen al principio estas dos formas de convivencia, dejó paso posteriormente a la palabra «incunable» que aparece va recogida en los catálogos impresos del siglo XVII, aparece en ellos como «imprenta incunable», después ya sólo como incunables.

Los estudiosos del libro están acostumbrados a identificar inmediatamente la palabra -incunable con el libro impreso durante el siglo XV. El carácter precioso de estos impresos, su rareza o su escasez, ha hecho que a veces el significado de la palabra se haya ampliado inconscientemente aplicándola a todo libro precioso o raro cuando son estos los datos que se quieren destacar de un ejemplar. No es infrecuente encontrar alguna vez en los periódicos la noticia de que se ha encontrado un incunable de «El Quijote», o que la Biblioteca de tal o cual escritor es tan completa que incluye «incunables del siglo XVII».

El significado de la palabra «incunable» no es sino su traducción literal del latín «incunabula». Los diccionarios latinos nos dan, entre otros, los siguientes significados para esta palabra: fajas, ropajes o ropita de los niños, infancia, origen, primeros elementos, cuna, infancia, niñez La palabra podría pues ser aplicada a cualquier producto inicial de cualquier arte o técnica incipiente, lo que ocurre es que ha quedado indiscutiblemente ligada a los libros impresos en el siglo XV.

Es este sentido el que debe considerarse cuando hablamos de libros. Los incunables serían así los primeros testimonios salidos de la imprenta, en la cuna de la imprenta, con una cronología universalmente admitida, desde la invención de la imprenta, hacia 1440, hasta el 1 de enero de 1501. El hecho de la inestabilidad o fragilidad de las fronteras cronológicas, las distintas fechas de implantación de la imprenta en Europa, la llegada de la imprenta a América, lógicamente más tardía, hizo también que durante mucho tiempo se considerasen incunables las obras impresas hasta 1550, los repertorios y las bibliografías especializadas han tendido a considerar y, finalmente fijado, que las obras impresas desde 1501 hasta 1520 o 1550  sean conocidas como «postincunables».

Los incunables no suponen una ruptura con los manuscritos, ni en el contenido intelectual ni en el aspecto formal. Durante mucho tiempo se sigue sólo distinguiendo entre «libro de mano», los manuscritos, y «libros de molde», los impresos. Incluso y paralelamente a la imprenta, sobre todo en Italia, Países Bajos y Francia los grandes talleres de confección de códices siguen funcionando. Son talleres de varios empleados a cada uno de los cuales se les asigna la realización de un cuaderno, es decir, a cada uno se le encarga una parte de la obra. Una muestra espléndida de estos talleres renacentistas de manuscritos la tenemos en la colección conservada hoy en la Biblioteca Universitaria de Valencia, procedente a su vez de los Reyes de Aragón en Nápoles.

Al igual que los manuscritos, los impresos del siglo XV tienen la forma de códice, cuaderno. El soporte preferido va a ser el papel, aunque en un principio coexisten ediciones en pergamino y papel. El número de veces en que el papel se doble determina también el que los formatos de los cuadernos sean formatos ya normalizados, así folio, cuarto, octavo, dieciseisavo.

La imprenta permite la impresión del papel por ambas caras, aunque la disposición del texto en el centro y comentarios rodeándolo, etc., igual que en los manuscritos. La letra empleada va a ser en un principio la gótica minúscula, pero pronto desde Italia se difunde la letra romana, la redonda, que, sobre todo se empleará para la impresión de las obras de los clásicos latinos y para los textos literarios. Las tipografías griega y hebrea se crearán también en los talleres italianos.

La ilustración en los incunables no se imprime en un principio, siguen trabajando para las imprentas los ilustradores y los miniaturistas como ocurría con los manuscritos. Se dejan en los impresos espacios en blanco para las iniciales en los que a veces se imprime en minúscula la letra correspondiente a la mayúscula iluminada, o estampada en bloque, que se colocará posteriormente. Las ilustraciones impresas aparecen hacia 1461, son impresiones xilográficas, aunque tímidamente a veces aparecen intentos de ilustración en meta, será Alemania donde se inicien y será también muy frecuente que las obras distintas aparezcan ilustradas con los mismos grabados.

Los incunables carecen de portada, el título y el autor suelen darse como principio del texto, pero no ocupan página separada. A veces hay una primera página del título, falsa portada, pero sin añadir ninguna otra clase de identificación. Estos datos de identificación se incluyen, cuando se hace, en el colofón, al igual que sucedía con los manuscritos.

En el colofón se expresa lo que hoy llamaríamos un pié de imprenta. Constan allí, normalmente, el título, el impresor, el editor, si lo ha habido, incluso el librero que comercializa la obra, la fecha de la impresión, expresada muchas veces en día, mes y año. Es frecuente también la inclusión de colofones muy extensos que alaban la labor de impresores y promotores de las obras, colofones incluso poéticos, a veces enigmáticos, como sucede en el caso del colofón del Catholicon tras cuyas frases se esconde quizás el nombre de Gutenberg. Después de todos estos datos suele incluirse, ya de fechas tempranas, la marca del impresor en forma de grabados alegóricos o simbólicos.

Para facilitar la colocación de los cuadernos, una vez impresos, se utilizan las signaturas, los reclamos, la foliación. La paginación, que tan habitual es para nosotros, se da en los incunables sólo de manera excepcional.

Las signaturas sirven sobre todo para que el encuadernador de las obras sepa guiarse en el orden que deben llevar los distintos cuadernos y los folios dentro de los cuadernos, en un principio las signaturas son manuscritas pero muy pronto también comienzan primero a estamparse a mano y después a imprimirse.

La foliación, precursora de la paginación y habitualmente empleada en los manuscritos. Constituye otro modo de ordenar los cuadernos de las obras, los números se colocan al principio en la parte superior del recto de la hoja, pero se encuentran también ejemplos de colocación en el margen derecho superior, en el centro del margen inferior e incluso en la esquina derecha del margen inferior. Cuando el texto se compone a dos columnas y no a línea tirada, las columnas también se suelen numerar, pero esta práctica se utilizó casi exclusivamente en Italia.

Un tercer elemento para asegurar la correcta colocación de los cuadernos lo constituyen los reclamos. Los reclamos son, para los incunables, las palabras colocadas al final de un cuaderno que son las primeras palabras del cuaderno siguiente, su utilización es menos habitual que la de las signaturas o la foliación por constituir un elemento más difícil de interpretar, tanto para el encuadernador como para el lector de las obras. Finalmente suele incluirse en el «registrum» y la «tabula» o índice, ésta última es frecuente que en los primeros impresos fuese manuscrita.

En cuanto al contenido, las obras más publicadas serán la Biblia y los libros litúrgicos, así como aquellas obras destinadas a la formación de los religiosos para el ejercicio de los deberes que les eran propios.

Los textos clásicos, humanísticos, ocupan también un lugar importante, Cicerón, Virgilio, Juvenal, Aulo Persio, Séneca, Siguen editándose los textos gramaticales de los autores medievales, así los conocidos como «Donatos», gramática latina de este autor. Los textos jurídicos, el Corpus Iuris Civilis y el Corpus Iuris Canonici empiezan también a editarse desde fechas tempranas.

Toda esta producción comienza editándose en latín, enseguida sin embargo comenzarán a aparecer los textos en lenguas vernáculas permitiendo así la edición de las obras de los autores propios de cada país y sobre todo la edición de obras que pueden ser leídas por las gentes que no saben latín.

María Virtudes Pardo Gómez
Biblioteca Universitaria de Santiago de Compostela