Colmeiro aporta una nueva dimensión a la pintura, reflejando la aldea vista y sentida desde dentro. Busca fusionar a las figuras humanas con la naturaleza, elaborando paisajes que se adscriben a su hacer impreciso y sugerente. En A Pastora, evoca desde la distancia física de su exilio, a su tierra, y lo que en ella ocurre en una jornada cotidiana, donde una pastora vela por sus vacas en un campo del agro gallego. En la obra, sobresale el amarillo, frío y diestramente dosificado combinado con marrones y ocres, con grandes manchas de color silueteadas en negro. En primer plano, sitúa la pastora y una vaca y en la distancia, en un segundo plano, empequeñecida, observamos otra res, que se funde con las montañas del fondo.