Esta obra fue realizada durante su estancia en Nueva York, en uno de sus períodos más prolíficos. En ella se sirve del dibujo para representar el entorno de su taller, dibujando aquello que le llama la atención. De este modo, representa la imagen de una acera a vista de pájaro, con un estilo geométrico que divide la pintura en dos mediante la línea del bordillo. En el extremo superior hay una pareja que pasea, perseguida por la sombra alargada de sus figuras.
María Luísa Borrás, refiriéndose a esta composición, comenta los elementos que toma Jorge Castillo en el Soho para plasmarlos después en el lienzo: "Desde los pormenores de una cornisa o de un friso de los preciosos y antiguos edificios del Soho, hasta los curiosos volúmenes de los depósitos del agua situados en las azoteas, formas geométricas que lo cautivan, como simples elementos plásticos. (...) Los contrastes brutales que el pintor observa en la ciudad fascinante, a la vez bella y tenebrosa, perfectamente funcional pero también irracional e imprevisible, horrorosa y sublime, insoportable y placentera, amable o apocalíptica, le estimulan vivamente la sensibilidad e imaginación, de manera que su pintura lo patentiza, ya que se puede decir, que desde un punto de vista técnico, está basado en el contraste y en la contraposición de ritmos y tensiones. Y más especialmente aún en el contraste entre una pintura matérica, rica y pacientemente trabajada con la espátula, y una estricta ordenación geométrica de los espacios"