Carnavaladas, títeres y farsas son temas recurrentes en Laxeiro, desde su primera época, allá por los años treinta, temas-pretexto enraizados con su admiración por el Goya de El entierro de la sardina y el más ácido y radical de la Quinta del Sordo, precursor del expresionismo, cuyos protagonistas -pensemos en Ensor o en Solana- acuden a estas escenas para llevar a cabo una sutil, burlesca y dura mirada crítica sobre la sociedad que les ha tocado vivir. A finales de los cincuenta y muy especialmente, a lo largo de los sesenta, dentro de los variados registros que cultiva, Laxeiro echa mano de una estructura neofigurativa, de corte expresionista, con ciertos ecos picasianos que él adecúa a su estilo, como sucede en A farsa: un relato que un día nació para él en los títeres de Barriga Verde y del que se sirve para hacer una interpretación tragicómica de la vida en la que penetra con intensidad crítica, con la ironía mordaz, y el humor discordante que extrae tanto de su admiración por el esperpento valleinclanesco como de los relatos fabulosos de Álvaro Cunqueiro.
Los personajes, escenificando la narratividad de un espacio barroco y sin límites, cada vez más deshilachados, se convierten en signos de su libertad expresionista, le sirven de pretexto para recrear un mundo de metamorfosis e indagar en el espíritu humano con la acidez que no excluye ni la burla ni la conmiseración de la tragedia...Visión guiñolesca, en fin, que distorsiona constantemente la realidad inventada y recrea mágicos mundos festivos, trasmundos populares, trasnos y mascaradas… He la expresión pictórica convertida en filosofía: las figuras devienen monigotes movidos por resortes secretos, pero son,ante todo, el citado pretexto para llevar a cabo esa dimensión crítica con la que el pintor puede interpretar el mundo y la vida en clave de parodia y también indagar en las nuevas estructuras lingüísticas de su característica reinterpretación barroquizada, composición que nació de su inspiración en la narrativa del románico culto o del popular. Sin embargo sus personajes trascienden su propia condición iconográfica y son símbolos de ternura y humanidad, deformados con la pureza de un niño y con la ingenuidad teñida de lirismo, refracciones de un espejo donde él se proyecta como otro yo, tal vez una de las expresiones más sinceras, en términos neofigurativos, del subconsciente laxeiriano: psicoanálisis personal y deseo de compartir la desnudez de las ridiculeces y desatinos del hombre contemporáneo.
Xosé Antón Castro