Esta obra pertenece fue realizada en la década de los noventa, cuando inicia el ciclo de pantallas, formado por lienzos de grandes dimensiones, donde la abstracción se convierte en un lenguaje que plasma las vivencias del artista, su mundo interior. Sus cuadros, sencillos, construidos sin apenas materia, tienen una gran carga simbólica, conseguida a través del protagonismo de la luz, que será una constante en la obra de Din Matamoro.
Es en esta época cuando la influencia del cine se hace evidente, especialmente en la búsqueda de la luz. En esta obra presenta un efecto lumínico de gran intensidad, donde la luz parece surgir del interior del lienzo, apropiándose de toda la composición mediante un blanco cegador. En el ángulo superior izquierdo, crea un pequeño contraste cromático, con una sutil y degradada mancha roja que "amenaza" con destruir la paz y serenidad que el blanco le proporciona al cuadro. De este modo, consigue mantener la tensión hasta el momento en que el blanco se vea invadido por el rojo.