Arturo Souto sintetiza en sus cuadros las experiencias artísticas internacionales acumuladas a lo largo del siglo veinte. Así, en Andalucía Alta suma a una temática de paisajes castellanos y corridas de toros, características de los pintores de la generación del 98 y Solana, una factura deudora de los postulados impresionistas y postimpresionistas. De los primeros deriva la querencia por el color negro, que siluetea los perfiles, mientras de los segundos toma la pincelada menuda, pulsante, que confiere total protagonismo al gesto y a la materia. A partir de la década de los años treinta, Souto comienza a dedicar parte de su pintura a la representación de una naturaleza en silencio. La composición se basa en la presencia de dos masas de tierra que confluyen diagonalmente en el centro de la composición, donde destaca el motivo principal de la obra: una ciudadela fortificada, que es destacada lumínicamente frente a los restantes componente del lienzo. Este foco de luz, situado en segundo término, genera la profundidad y conduce la mirada del espectador hacia el elemento protagonista. Las edificaciones son sintetizadas en formas rectangulares y geométricas, aprehendidas de Cezanne y del cubismo. Las figuras del primer término, también acusan la esencialización a que somete Souto a las formas, deviniendo meros bocetos. La paleta es reducida, y está dominada por los tonos cálidos, que se equilibran con verdes y azules.