Ya el propio título de la obra parece querer reclamar con insistencia la atención del espectador, por si sus reducidas dimensiones la condenaban a la insignificancia y pasaba desapercibida por el espectador. Recurre Brocos en ella a la misma fórmula empleada en Xastre de aldea, tanto en lo que se refiere a la cuidada e intrincada composición de la parejita de figuras (en este caso, una vieja y una niña), como en el enxebrismo y carácter anecdótico del asunto que trata. Este interés por lo menudo y lo popular hunde sus raíces en la denominada pintura de género flamenco-holandesa, particularmente floreciente en el siglo XVII, cuyos autores (sobre todo, Adriaen Brouwer, Adriaen van Ostade o Nicolaus Maes, etc., seguidores de la estela de Brueghel y Rembrandt) eran bien conocidos por entonces por los difundidos grabados de sus obras. Lo que en el amplísimo repertorio de esta escuela pictórica era posiblemente la representación del sentido del tacto, dentro de una serie de alegórica de los cinco sentidos, es ahora una escena de espulgamiento sin mayor trascendencia que la búsqueda de un efecto gracioso y hasta cómico, y quizás, en su inofensiva apariencia, una cierta preocupación social. Por su carácter no debemos desdeñar la influencia de la tradición escultórica española de los belenes, donde se despliegan con todo lujo de detalles escenas de la vida rústica.
Se sabe que Isidoro Brocos hizo al menos dos réplicas de este grupito que, junto con Xastre de aldea, fue presentado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1881, recibiendo por él una meritoria tercera medalla, siendo además ambas obras adquiridas por el propio rey Alfonso XII.
Para su amigo Manuel Murguía Aquí, aquí (la pulga) era «un bellísimo grupo… y una de las más poéticas, graciosas y notables dentro del género en que por necesidad alcanza predominio mejor el moderado realismo. Una galleguita que busca algún insecto molesto en la espalda de su abuela: he aquí el asunto. Pero lo que no se puede describir, pero lo que requiere el auxilio indispensable de los ojos es la viveza, la donosura, la suavidad y el carácter de la encantadora pareja». También habla de «la admiración, la preferencia y los aplausos» que suscitaron en el público. Se acompañaban estas palabras de Murguía con la reproducción de la obra grabada por su hermano Modesto Brocos. No en vano los suscriptores, y lectores en general, de La Ilustración Gallega y Asturiana eran potenciales clientes de estas pintorescas «figuritas aldeanas de salón». Lo mismo podría decirse de los emigrados gallegos en las repúblicas americanas, sobre todo en Argentina, donde esta obra -y posteriormente otras- se dio a conocer en publicaciones como El Almanaque Gallego para 1899 o El Eco de Galicia, también de Buenos Aires, de 1911. No hay que olvidar el papel desempeñado por los núcleos de emigrantes en la formación de una imagen enxebre de la Galicia desde allá añorada.
José Sousa Jiménez y Fernando Pereira