Una de las preocupaciones de Leopoldo Nóvoa era el jugar con el espacio de la pintura. Ya no se trataba de crear espacio imaginados, profundidades inexistentes ni trampantojos, sino de generar un espacio físico a partir de la manipulación de la tela, en la línea de trabajo de Lucio Fontana. En los años 70, Nóvoa realiza varias obras donde dota de volumen las superficies monocromas de sus lienzos. La tridimensionalidad puede lograrse bien mediante incisiones y hendiduras o bien mediante relieves concretos, procedentes del reverso del cuadro. Brun á deux reliefs pertenece al segundo tipo de obras. El juego espacial que generan las protuberancias, incide también sobre el componente lumínico de las obras, el otro componente que interesaba al pintor. Los relieves generan juegos de luces y sombras que animan la superficie del lienzo, generando nuevas tonalidades y dotando a las obras de una vida propia y una superficie cambiante, que varía según la intensidad e incidencia de la luz. Se trata de pinturas que no narran, ni remiten a mundos ficticios o recreados, limitándose a ser por ellas mismas. Tras la "muerte de la pintura" buscada y proclamada desde diversos sectores del mundo del arte a lo largo del siglo XX, artistas como Nóvoa, demuestran con su obra que la pintura, no sólo no está muerta sino que, dotándola de los componentes necesarios puede llegar a cobrar vida, iniciando un periplo autónomo y casi autosuficiente.