La estancia del artista en Argentina es fundamental, pues le proporciona el empuje necesario para continuar con su pasión, la pintura. Laxeiro despierta a un país en pleno despegue artístico, y con una libertad mucho mayor de la que dejaba atrás. Lugar ávido de maestros, de tradición pictórica clásica débil, y anclada en localismos, requiere de maestros como él para sumergirse en la corriente artística internacional. Su obra no sólo se convierte en un paradigma para los jóvenes artistas, sino que también desempeña la labor de conferenciante solícito. Comenta al respecto: "he aquí el fundamental motivo de encontrarme en Buenos Aires. El artista necesita vivir en un ambiente de comprensión para su obra. Cada día que pasa estoy más convencido de que mi estadía aquí fue mi salvación como pintor y justo llegué en el momento que se iniciaba, en este país, el más grande movimiento pictórico de América Latina. Fui bien recibido por la crítica y lo mismo por los pintores consagrados que por los jóvenes; en todo momento han demostrado admiración por mi obra y simpatía por mi persona". El artista establece una estrecha relación con la emigración político-cultural gallega. Así colabora con Luis Seoane y con el entonces joven Leopoldo Nóvoa. La década de los años sesenta representan un momento importante en el reconocimiento internacional de la obra de Laxeiro, participa en la exposición "50 años de pintura figurativa española" con obra de Nonell, Palencia, Solana, Regoyos, etc, en París, también expone en Madrid en varias ocasiones y gana, en 1962, junto a Vázquez Díaz y Quirós el premio Eugeni d’Ors.
Los años en Argentina, se caracterizan, creativamente, por el discurrir de sus obras hacia la abstracción formal, aunque conviven, todavía, con cuadros continuadores de la tendencia expresionista- medievalista. Ahora, Laxeiro entabla un diálogo entre la acción física de pintar, con la brocha como hilo conductor de la energía creadora del artista, y la búsqueda de un lenguaje primigenio y, por lo tanto, primitivo. Busca sus referentes en la infancia campesina de romerías con títeres y cuentos de ciego, en la cerámica popular, y otras costumbres populares de Galicia. Como características fundamentales de esta producción, destacan la pérdida de referencias al mundo natural - aunque en Laxeiro la figura permanece en el subconsciente de la deconstrucción formal -, el color negro dominando las composiciones - semejante al grueso trazo románico que delimita velozmente motivos y colores -, y un claro constructivismo de entrelazadas formas geométricas y orgánicas que concluyen en una amalgama tridimensional. Sobre un fondo gris, previamente superpuesto a una capa de color crema, una secuencia de caretas, muñecos-marioneta de trapo y formas irregulares se asocian en un conjunto orgánico de apariencia espontánea. La omnipresente línea gruesa, contornea las figuras a modo de cloissoné, e individualiza las figuras, que no son más que un amasijo expuesto a la mirada sobre un fondo plano. Citando a uno de sus más admirados maestros, Laxeiro, destaca en su nitidez, un ser en cuclillas, con los brazos en alto en gesto de desesperación, inspirado en El Guernika. El artista, reduce las apariencias a un sencillo "esquema humano del esperpento". La pintura, poco empastada, se conforma por la suma de gruesos brochazos de gamas intensas de rosas y azules, mezclados con negro, que aportan un toque de color a la tendencia cromática a los tonos terrosos, constante en su obra. Utiliza el grattage, como recurso formal, trasluciendo la trama del lienzo y dando más significado a la parte material del proceso.