A principios de los años cincuenta, la escultura de Jorge Oteiza se movía dentro de la órbita de Henrry Moore. Sin embargo, debido al uso de la hiperboloide - una figura geométrica cónica que rota sobre varios centros que están en el exterior de la pieza-, sus obras comenzaron a perder masa por medio de oquedades que penetraban en su sólida superficie. Estas concavidades creadas también aludían al carácter receptivo del hombre vasco y constituyeron el primer paso para abrir el interior de la escultura y convertirla en espacio, cuyo resultado fueron obras como la que nos ocupa. Estas piezas tenían como propósito romper la neutralidad de un espacio existente que no percibimos, porque no sabemos ver algo que nos han educado a considerar como el vacío. Hay que activarlo y aprender a apreciarlo, y ahí entra en juego el escultor en su labor de desocupación de la escultura, eliminando la materia, creando, a la postre, una estructura liviana de finas chapas de metal que contengan un espacio aparentemente vacío. A Oteiza no le interesó, como a otros escultores, el material y su problemática, sino que lo vio como un medio para llegar a un resultado. El protagonista de Construcción vacía con formas lentas, tal y como lo revela su título es el espacio contenido. Oteiza ha dado una forma espacial a cada chapa y las ha unido creando una estructura particular con el fin de activar la energía de ese espacio y darle un carácter especial que, ademas, el espectador pueda percibir., Este proceso de vaciado es curioso, pues va unido al concepto clásico neoplatónico de Miguel Ángel de quitar todo lo que sobra de la roca para que surja la escultura. Oteiza lo lleva hasta sus ultimas consecuencias, pues en esta acción lo ha eliminado todo hasta dejar la escultura convertida en unas finas paredes que no contienen vacío, y ese vacío, es la escultura.
Texto extraído de: GARCÍA LUSA, S. (coord) (2008) Colección Arte XX, Museo de Bellas Artes de Bilbao [p.108]