La obra de Luis Seoane supuso una renovación en la pintura y en el diseño de su tiempo. Influido por las artes gráficas, el color se sitúa como protagonista de sus composiciones, de ahí lo exaltado de su cromatismo, donde el negro delimita mediante sinuosos trazos una figuración tan sencilla como expresiva.
La obra Cristo obrero es un ejemplo del estilo pleno de Seoane, al final de su carrera artística, en el que las composiciones se hacen más claras y simples, rechazando la tridimensionalidad en aras de una planitud que busca los valores expresivos mediante el empleo de la línea y del color, tratados como elementos totalmente autónomos y desvinculados. Se hace evidente la reducción de la paleta cromática, así como la simplificación en la aplicación del color mediante tintas planas delimitadas por una esquemática línea negra que acota las diferentes áreas del lienzo y dota las figuras de cierto volumen. En cierto modo, parecen ser bocetos de vidrieras medievales, una tradición a la que Seoane no fue ajeno.
Seoane, que toma como referente la iconografía popular gallega e interpreta el mundo a partir de sus personajes retratados, recurre esta vez al personaje religioso, tan presente en la memoria colectiva, para satirizar sobre la tiranía eclesiástica, de ahí que sea presentado con sutil ironía como mero obrero.