Durante su trayectoria artística, Tino Grandío experimentó con las formas tradicionales de los géneros clásicos. En este ejemplo, transciende la norma potenciando el uso del color y la significación del espacio. Para ello, anula las referencias espaciales y prescinde del dibujo, componiendo exclusivamente mediante el color. Las tonalidades, se reducen a gamas de grises que se mezclan con el amarillo de las carnaciones, y remarca la silueta con una línea grumosa. Su trabajo se deleita en la materia, creando mediante capas de pintura superpuestas. El color, es matizado por el sfumato y las veladuras en los tonos dominantes. Con el contraste lumínico de los planos, potencia la bidimensionalidad del cuadro. El retrato es el de una mujer anónima, sin más rasgos fisionómicos que la insinuación de los pechos y el pubis. Grandío, esquematiza la realidad con la finalidad de trascenderla, introduciendo en la figuración aspectos psíquicos y poéticos. A partir de los años sesenta, avanza en este proceso de interiorización de la imagen, simplificando la expresión al máximo. En Europa, su pintura fue definida como "pintura cero", estilo que podríamos definir como una mezcla de neofiguración, expresionismo y abstracción.