De nuevo, en esta obra, el lenguaje de Leopoldo Nóvoa nos conduce hacia un tipo de abstracción que entronca con las obras de Málevich, Kandinsky o Marc Rothko. Sobre una superficie negra, vulnerada únicamente por un rectángulo vertical marrón oscuro, abre tres hendiduras, en este mismo sentido, para marcar un ritmo compositivo. Estos huecos, aportan a la obra tridimensionalidad, tanto hacia el interior como hacia el exterior, abultando la tela con las tensiones en relieve. El vacío nos invita a especular, imaginar, incluso ver qué se esconde, y qué misterios se puede ocultar, detrás de la superficie que contemplamos. Espacio, materia y luz son los elementos de los que se vale el artista para articular su obra, haciendo hincapié en las relaciones que establecen entre ellos, y despojando al cuadro todo lo superfluo.