La música es uno de los principales motores de la pintura de Rafael Úbeda. Amante de esta disciplina, al igual que Kandinsky, compone sus obras como sinfonías. Por ello, aplica la abstracción a obras figurativas, obteniendo imágenes de gran fuerza expresiva. Todos los elementos pictóricos se ponen al servicio de la composición “musical”: la línea, el color, e incluso las texturas, crean relaciones y juegos de plasticidad que van logrando el ritmo de la obra. El dinamismo resultante es el agente aglutinante, sirviendo como nexo de unión entre la pintura y la música. El resultado es una pintura muy personal, llena de energía y transmisora de profundas emociones. Sus conocimientos de dibujo, le permiten geometrizar las formas, aludiendo a un cierto post-cubismo que entronca con un expresionismo cromático de raíz centroeuropea.