Durante su etapa mexicana, Souto volvió reiteradamente a temas del pasado, revisándolos desde un lenguaje plenamente formado y muy personal. El cabaret, tomado de su etapa parisina, fue casi una constante en su producción. Este ambiente le interesaba especialmente porque sus escenas se desarrollaban en interiores poblados de figuras femeninas. Las mujeres son las grandes protagonistas de la obra de Souto, que se sentía atraído por la sensualidad de la formas sinuosas y redondeadas del cuerpo femenino. Es habitual la representación de mujeres exóticas, con rasgos orientales o africanos. La mezcla de lo tradicional y lo exótico está muy presente en sus obras, y será muy común ver a campesinas gallegas con rasgos propios de mujeres negras u orientales. La calidez y sensualidad, propios también del país en que se encuentra, le llevan, en esta época, a adornar los desnudos con apéndices o caretas repletas de color y luminosidad, buscando sólo plasmar motivos hermosos de los que se desprende su sensibilidad pictórica. A mediados de los cincuenta, época en la que encuadramos esta obra, su pintura se caracterizará sobre todo por la explosión de color y por una pincelada pequeña, vivaz y vigorosa, cargada de una pastosidad y densidad matérica. Estas explosiones de color podrían considerarse de origen fauve o expresionista, pero siempre con esa interpretación personal y romántica, tan propia de Souto. Mediante ese toque pequeño y vigoroso, las manchas de color conforman el espacio y crean atmósfera, a la vez que van modelando las formas y los volúmenes cuyo contornos indefinidos, funden las figuras con el ambiente.