En un primer momento puede pensarse que la obra de Manuel Ruibal ha pasado por fases muy diferentes. Aparentemente, sus piezas abstractas a tinta china y témpera creadas a finales de la década de 1970 guardan poca relación con obras de inspiración fauvista como El manzano o La Venus de Pontevedra, ambas realizadas a mediados de los ochenta, incluso con trabajos más recientes, como Escultórico suceso (1996) o Esquema en la oscuridad (1996), dos cuadros dominados por una expresividad particularmente gráfica. Sin embargo, una revisión atenta de su trayectoria descubre como una serie de rasgos característicos que se mantienen de manera constante en su producción: ahí están, siempre presentes, la viveza del color, la relación dinámica entre figura y fondo, la exaltación de retraso que busca capturar el movimiento y potencia del gesto.
Escultórico suceso emplea solo dos colores, el rojo y el negro, protagonistas de una bicromía por otro lado cargada de ecos literarios y políticos. Sobre un fondo rojizo matérico, la mezcla de pintura con arena, se erige una forma negra que ocupa imponente el centro del lienzo. Se trata de una especie de porra o garrote arcaico que se alza frente al receptor con fuerza solemne, atravesara su musculatura con trazos rectos y angulosos que parecen cicatrices realizadas sobre el propio volumen. Ruibal ha pintado aquí, antes de nada, lo gestual, es decir, no ha reproducido una situación, sino que ha descubierto ante el espectador, con el fin de plasmarla en plena acción. El suceso o acontecimiento del título queda así congelado en un instante. Lo que se ha perdido en policromía o proliferación de figuras, se ha ganado en el impacto expresivo mediante el uso de los dos únicos colores, Denotativamente escultórica, que nace del suelo del cuadro punto allí donde esquema de la oscuridad presenta ya líneas abiertas en forma de laberinto expansivo (hasta el punto de doblar el bastidor de lienzo), escultórico suceso todavía la retiene y compré una intensidad dentro de estos curas figura, tendón del tiempo, que azota el ojo como solo puede hacerlo la verdadera pintura.
Iría Candela